Iniciación cristiana y catequesis
En el NH Nº 7 decíamos que “Primer Anuncio e Iniciación Cristiana se requieren mutuamente. Si sólo se realizara el Primer Anuncio, éste se volvería estéril sin la paciencia, la espera y el acompañamiento a lo largo del itinerario de la Iniciación Cristiana. Si, por el contrario, se pretendiera comenzar un proceso de Iniciación sin la puerta del Primer Anuncio, el proceso también se volvería estéril. Dando por supuesta una fe que no existe, el proceso terminaría convirtiéndose en una rutina de repeticiones que desemboca en una pasiva y formal pertenencia a la Iglesia y en una religiosidad difusa.
Ahora bien, esta mutua implicación nos ayuda a comprender la relación entre los términos de este binomio: Primer Anuncio - Iniciación Cristiana.
Quisiéramos hoy dar un paso más y especificar la relación entre Iniciación Cristiana y Catequesis. No podemos negar que los catequistas estamos actualmente, especialmente, preocupados por el fracaso de la IC y, más de una vez caemos en el error de identificarlas como si se tratara de la misma cosa.El proceso de la Iniciación Cristiana es una realidad más compleja que la Catequesis, puesto que comprende el testimonio de vida, los sacramentos, la práctica de la vida cristiana… Por otro lado, existen formas de Catequesis que no pertenecen a la Iniciación Cristiana (como son muchas formas de Catequesis con adultos, actividades formativas, Catequesis en celebraciones de la Palabra…) Si bien dejamos en claro que no podemos identificar ambos procesos, también tenemos que afirmar que sería imposible desarrollar un itinerario de IC de espaldas de al proceso catequístico. De hecho, la Catequesis es una pieza clave en la Iniciación Cristiana y la Iniciación Cristiana, a su vez, es una de las tareas de la Catequesis.
En la búsqueda de un nuevo paradigma catequético, ha primado la opción por la Iniciación Cristiana y esto se justifica porque, en el fondo, es quizás éste el problema más acuciante que tenemos en nuestra pastoral de Evangelización y Catequesis. Es la Iniciación Cristiana lo que más nos está fallando, y esto condiciona todo el desarrollo de la pastoral.
Emilio Alberich ha hablado más de una vez del “callejón sin salida de la pastoral sacramental” y de “la paradoja de la Iniciación Cristiana”, puesto que los procesos de iniciación son en la gran mayoría de las situaciones procesos de cierre y de conclusión. Una vez recibidos los sacramentos, las personas no regresan y, aparentemente, no experimentan cambio alguno.
Mientras sigamos asumiendo que la Iniciación Cristiana es tarea exclusiva de los catequistas corremos el riesgo de poner en peligro su eficacia y fecundidad. Se están haciendo, a nivel de investigación, reflexión y práctica catequística muchos esfuerzos para salir de la paradoja y del fracaso. La mirada se vuelve hacia el catecumenado antiguo para recrearlo, adaptarlo, aggionarlo…
La complejidad del proceso implica a otros agentes. No sólo a los catequistas. Aparentemente, no puede realizarse con eficacia y fecundidad en la asepsia artificial de un itinerario en el cual no hay oportunidad para el servicio, para la comunión, para descubrir la misión, para recibir y para dar el testimonio de la fe compartida…
La comunidad cristiana es la realización histórica del don de la comunión (koinonía), que es un fruto del Espíritu Santo. La "comunión" expresa el núcleo profundo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, que constituyen la comunidad cristiana referencial. Ésta se hace cercana y se visibiliza en la rica variedad de las comunidades cristianas inmediatas… La comunión es, por lo tanto, la condición y el rasgo por excelencia de una auténtica comunidad eclesial. Don del Espíritu Santo y reflejo de la comunión trinitaria.
Cualquier comunidad, sea eclesial o no, se diferencia de una mera asociación porque en la comunidad las personas no valen por su productividad; sino por lo que ellas son. El valor de cada miembro de la comunidad cristiana se funda en la dignidad de ser hijo de Dios. Su singularidad lo define como único e irrepetible, con carismas y capacidades personales valiosas y necesarias para la construcción del Reino en esa comunidad.
En las comunidades cristianas se viabilizan los valores del Evangelio. Ellas nacieron del costado herido de Jesús, para ser verdaderos signos del Reino en un tiempo y en una cultura determinados. Sus miembros han sido convocados a vivir esos valores a través de la fraternidad y el testimonio; a anunciarlos explícitamente a través del Ministerio de la Palabra y a celebrarlos en la Liturgia. A veces, esta identidad y esta misión resultan opacadas por pecados y limitaciones diversas de sus miembros.
La dimensión institucional prima sobre la dimensión comunitaria y la circulación de los valores del Evangelio resulta obstaculizada por un estilo de vida poco evangélico, caracterizado por búsquedas personales y por formas de autoridad centradas en el poder y no en el servicio. Cuando esto ocurre en una comunidad resulta muy difícil que ella pueda ser vehículo para la transmisión de los valores del Evangelio.
Y, cuando las personas no iniciadas en la fe llegan a ella con las búsquedas más diversas, resulta muy difícil que perciban un estilo de vida y un Mensaje que los cautive y los lleve a querer pertenecer, iniciándose en la propuesta de vida de esa comunidad.
Es probable que, para obtener respuesta a la búsqueda, permanezcan durante un tiempo más o menos breve en la comunidad, asintiendo inclusive a lo que ella les pida o les imponga; pero será muy difícil desarrollar aquí lo que algunos llaman "una catequesis de inmersión o catequesis de la comunidad". Se produce así el fracaso y la paradoja de una iniciación cristiana que no inicia, sino que concluye la vida cristiana de sus destinatarios.
Para caminar hacia el futuro de un nuevo nacimiento, las comunidades cristianas son interpeladas a recorrer itinerarios de conversión pastoral. Éste es un proceso pascual lleno de gracia, de fe, de esperanza y de caridad. Allí donde hay conversión, Dios está presente. Su Espíritu anima el camino de la comunidad que, con valentía, se hace capaz de torcer su rumbo para ir asumiendo las opciones que la hacen creíble, servidora y profética en medio de este mundo. Sólo así podrán transformarse en auténticas comunidades iniciadoras, capaces de recibir a los hombres y mujeres con una fe pequeña y recién nacida o con una fe implícita, oculta o casi olvidada por el peso de los años y de las decepciones. Recibirlos para iniciarlos en la vida cristiana, haciéndolos primero discípulos de Jesús y enviándolos luego a la misión que todos comparten en la comunidad.
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