Una muerte que salva P. Luis Ricchardi sdb


El anuncio del Reino y el inicio de su construcción, había creado alrededor de Jesús un clima de alegría y
de aprobación por parte de los pobres y de quienes estaban esperando un cambio verdadero de las
cosas. Pero, al mismo tiempo, la situación se había hecho, día tras día, más tensa y conflictiva por parte
de quienes ejercen el poder a todos los niveles, y que veían en Jesús a quien venía a poner en peligro
sus privilegios y sus seguridades.
1. Jesús anuncia su muerte
Los conflictos con las distintas autoridades se habían ido acentuando con el pasar del tiempo. Jesús lo
veía siempre más claramente y compartía con sus amigos los presentimientos que se hacían cada día
más firmes: “Él tenía que sufrir mucho, ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, y ser matado” (Mc. 8,31).
Poco a poco Jesús entiende que éste es el camino por el cual tiene que pasar para que el Reino de su
Padre Dios pueda echar raíces y empezar a crecer en el mundo. Cuando Pedro intenta disuadirlo de
pensar en estas cosas y a aceptar esta posibilidad,  Jesús lo rechaza como “Satanás”, porque quiere
alejarlo del proyecto de su Padre (Cfr. Mc. 8,32-33).
2. Las causas de un asesinato
La muerte de Jesús, precedida de su dolorosa y trágica pasión, no es sino la conclusión de toda su vida y
sobre todo de su compromiso por el Reino de su Padre Dios.
Jesús no muere, sino que lo matan, y lo matan quienes no querían aceptar la propuesta de un mundo
nuevo, más justo, igualitario y fraterno para todos;  quienes no podían soportar su opción decidida a
favor de los más pobres y de todos los que eran  marginados y rechazados por el sistema político,
económico y religioso.
Astutamente compran al poder político (al procurador romano Poncio Pilato) para encubrir su actuación
criminal: la acusación de perturbar el orden constituido y de querer hacerse rey no es sino una vulgar
patraña para quitar de en medio a quien era para ellos molesto e incómodo. Pilato intuye su maniobra,
pero, por miedo a ponerse en contra a los que tenían el poder religioso y económico, después de haber
hecho el intento de salvarle, imponiéndole un terrible escarmiento, al final lo deja en sus manos,
lavándose hipócritamente las manos.
3. El difícil mensaje de la no-violencia
En la condenación y muerte de Jesús tiene un papel clave la traición de Judas, uno de los suyos. Entre
las distintas explicaciones de su actuación que se presentan, una que merece respeto es seguramente la
de que Judas, como otros pobres, esperaba que Jesús tomara una postura política que aglutinara a
todos los descontentos del pueblo para intentar una insurrección armada contra los romanos.
Cuando se da cuenta que Jesús no va por este camino, que su presencia no sólo no es útil, sino que
retarda un proceso revolucionario, se decide a colaborar para eliminarlo.
Jesús no es incómodo sólo para los poderosos, sino también para los pobres que soñaban y esperaban
un posible cambio de las cosas por el camino de la violencia revolucionaria. No era y no es fácil para los
pobres, explotados y oprimidos, entender y aceptar el mensaje de Jesús, de un amor que quiere cambiar
las cosas no sacrificando la vida de los demás, sino entregando la propia. 4. Amigos que traicionan
En la pasión y muerte de Jesús se manifiesta también con claridad la falta de fe de sus amigos.
En el huerto de Getsemaní, sus tres mejores amigos no entienden lo que está pasando y en lugar de
acompañarlo y alentarlo, se duermen tranquilos e inconscientes.
Frente al fracaso aparente de su proyecto, todos, a excepción de Juan, se escabullen y huyen; incluso
llegan, como Pedro, a negar cualquier pertenencia a su grupo, cualquier compromiso de solidaridad con
su proyecto.
5. Dar la vida por amor y para salvar
En cambio, Jesús descubre en esta situación la voluntad del Padre, y asume su muerte y pasión como un
acto supremo de amor. Conscientemente hace realidad su misma palabra en la última cena: “No hay
amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
En su pasión Jesús aprende lo que es obedecer a su Padre (Heb.5,8) y, aceptando la muerte, vive su
acto de amor más grande y definitivo.
Gracias a esta muerte, aceptada y vivida con amor y por amor, la salvación entra definitivamente en la
historia del mundo. Su amor cambia una historia de pecado en una historia de salvación. Se hace
realidad la palabra “profética” del sumo sacerdote Caifás: “Conviene que muere un solo hombre por el
pueblo” (Jn. 12,50).
Con su muerte, Jesús es así el grano de trigo que muere para dar el fruto de novedad y de vida que el
mundo esperaba y necesitaba (cfr. Jn. 12,24).
La muerte de Jesús nos tiene que interpelar seriamente. No podemos echarnos para atrás frente a las
dificultades que se nos vienen encima a causa de nuestro compromiso por el Reino. No debemos aceptar
las propuestas de cambio que sólo exigen el sacrificio de los demás (costumbres de todos los
“gobernantes” de turno). También para nosotros/as catequistas, el camino para cambiar algo en
nuestras comunidades y para nuestra gente no puede ser sino el del grano de trigo que muere para dar
fruto.
Para pensar y profundizar
 Hablando de la muerte de Jesús, ¿nos preocupamos de presentar sus causas verdaderas?
 Nuestra amistad con Jesús, ¿es como la de sus discípulos que se echan para atrás en el momento
de su muerte?
 ¿Cómo podemos vivir concretamente la palabra de Jesús: “No hay amor más grande que éste: dar
la vida por los amigos”?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Primer encuentro con niños

La Confirmación, ¿a qué edad? Una pluralidad de opciones: ventajas e inconvenientes