A35 Pentecostés

Ficha 35: Creo en el Espíritu Santo
El fuego, el agua y el viento
En el domingo 7º de Pascua, cuando no se traslada al mismo la fiesta de la Ascensión, la lectura del Evangelio se toma del capítulo 17 de San Juan, la llamada “oración sacerdotal”.
En ella, Jesús además de orar por los suyos, por los discípulos de entonces, y por todos los que creerán por medio de ellos, realiza una auténtica revelación de la vida de Dios, de la relación de perfecta unidad entre el Padre y el Hijo que ahora se abre para todos los hombres por medio de Jesucristo,       y que éste pide también para sus discípulos, como testimonio principal para que el mundo crea.

En esa densísima oración que antecede a la muerte y resurrección el protagonista principal es el Espíritu Santo, al que, sin embargo, Jesús no nombra en ningún momento.
La relación de perfecta unidad en el amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, el Amor en persona.

Cuando pensamos en Dios o nos dirigimos a El en la oración, normalmente tenemos en mente una representación de Dios que se corresponde con el Dios Padre. Es una representación limitadísima, pues Dios está más allá de toda representación.

La imagen que nos ha dado de sí es su Hijo, Jesucristo. Jesús, Palabra encarnada de Dios, ocupa el centro de nuestra fe. Su encarnación lo ha hecho cercano y accesible: a él nos dirigimos
preferentemente.
En cambio del Espíritu Santo se habla poco o nada. Y, con frecuencia, cuando se habla de Él, es para decir que es «el gran desconocido» de la Trinidad. Pero esa expresión es poco afortunada, pues se deja contagiar con una idea del protagonismo que más parece sacada de una revista del corazón que de una voluntad de comprensión en la fe.
El protagonismo del Espíritu Santo es de otro tipo: Él es como la luz, que no se ve, pero que nos hace ver, como la vibración imperceptible que hace posible la palabra.
Más que el gran desconocido o el gran ausente de la fe, es el gran conocedor y presentador, el que da a conocer y hace presente al mismo Dios, a su Palabra, a su presencia viva y,visible que es Jesucristo. No es posible ver la luz, pero por ella todo se ilumina y se hace visible. Él nunca habla de sí mismo, nunca se muestra con evidencia; y, sin embargo, su presencia «llena la tierra» (Dominum et Vivificantem 54). Escapa a las redes que le tienden nuestra mirada o nuestra razón intentando abarcarlo y, sin embargo, sus frutos son evidentes, palpables, vigorosos.
El Espíritu se manifiesta en sus obras y en sus efectos: el mundo visto como creación de Dios, nuestro espíritu que se eleva torpemente hacia su creador son ya frutos del Espíritu, también lo es la fe, la capacidad de nuestros ojos de descubrir en Jesús al Cristo, de escuchar su Palabra, descubrir su presencia en el pan partido, en la certeza del perdón. Ahora entendemos que todas las presencias del Resucitado que hemos contemplado a lo largo de este tiempo pascual se han hecho visibles por la acción del Espíritu Santo.
La Palabra de Dios hoy nos ilumina en la comprensión de qué y quién es este Espíritu de Dios y cómo actúa en nuestra vida de creyentes. Las tres lecturas de hoy nos dan tres palabras clave que nos ayudan en esta tarea: fuego, agua y viento.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés presenta al Espíritu como fuego. El fuego quema y purifica, dilata y abre: "luz que penetra las almas, sana el corazón enfermo, infunde calor de vida en el hielo". Así como el Espíritu Santo es personal y no anónimo (es una Persona y no una energía informe), su relación con los hombres no es tampoco impersonal, a bulto o en masa: se posa de manera personalizada en cada uno de los reunidos en el Cenáculo, da a cada uno un don peculiar: cada uno empezó a hablar en una lengua distinta. Las lenguas en que empezaron a hablar los apóstoles y los demás discípulos representaban prácticamente todas las lenguas conocidas de entonces, como da a entender la prolija lista de los lugares de procedencia de los reunidos en Jerusalén para la fiesta. El fuego del Espíritu nos abre al mundo entero, pero, lejos de forzar a todos a hablar en un lenguaje único, respeta la diversidad de lenguas y culturas, al tiempo que las une a todas con el lenguaje universal del amor. Es, pues, un Espíritu de apertura, compresión y armonía entre los diversos.
El Agua es también un distintivo del Espíritu: "Riega la tierra en sequía, lava las manchas". Y como dice Pablo "hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido de un solo Espíritu". El agua nos lava, nos renueva, sacia nuestra sed. Al limpiar nuestro corazón y nuestros ojos por medio del bautismo somos capaces de confesar que "Jesús es Señor", que él es el Mesías, el salvador, el vencedor del pecado y de la muerte. Y esa sanación profunda nos libera del egoísmo y nos hace comprender que la diversidad de dones que cada uno recibe (los talentos naturales, las capacidades adquiridas, los carismas que recibimos por la fe) no son privilegios o motivos de exaltación propia, sino una invitación al servicio: mis riquezas personales deben enriquecer a los demás, igual que las riquezas ajenas me enriquecen a mí. Y es que el Espíritu Santo, el Espíritu del amor, es también un espíritu de servicio. Así se entiende mejor que la diversidad no lesione la unidad cuando es este Espíritu el que reina entre nosotros y nos inspira.
La palabra "espíritu" procede etimológicamente de la palabra "aliento" en casi todas las lenguas. Es el aire vital que hace posible la vida. El Espíritu Santo es también "soplo", "viento", "brisa en las horas de fuego". Por eso, Jesús "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo".
El Espíritu nos inspira y nos impulsa hacia lo mejor de nosotros mismos, hacia lo que nos emparenta con Dios: es, como indica el Evangelio de hoy, un espíritu de paz: "Paz a vosotros"; un espíritu vivificador, que vence incluso el poder de la muerte: "les enseñó las manos y el costado"; un espíritu de alegría, que disipa las tristezas que oprimen nuestro corazón: "los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor"; "gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos"; que nos da valor para testimoniar al Señor por el mundo entero: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"; un espíritu de perdón y reconciliación: "a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados".
Frente al espíritu personal (el mismo Espíritu Santo) de apertura, fe, servicio, paz, alegría, valor y perdón se alzan en nuestro mundo y nos tientan otros espíritu: el espíritu impersonal y anónimo que nos engulle en la masa, el espíritu de cerrazón y desconfianza, de dominio y manipulación, de violencia, de tristeza y temor, el espíritu de venganza...
Estamos permanentemente en la encrucijada de esos espíritus: el fuego que purifica o el que destruye, el agua que nos limpia y sacia nuestra sed, o la que nos arrastra y ahoga; el viento que nos refresca e inspira, o el que nos avasalla y asóla como un huracán. Pero aquí somos nosotros (y no la naturaleza amable e inclemente) los que tenemos que elegir según qué espíritu queremos vivir: según el espíritu mezquino de nuestro egoísmo y nuestros pequeños intereses, o el espíritu del amor, el Espíritu Santo que Jesús, hoy, ha exhalado sobre nosotros.
1. Comenzamos recordando la "vigilia" de Pentecostés; ¿cómo la vivimos?, ¿cómo la vivieron los chicos?
Luego leemos pausadamente el punto 1, introduciendo oportunos comentarios para la explicación de cada uno de los SIGNOS: VIENTO, FUEGO, LENGUAS (aquí podemos leer de la Biblia el pasasje de Génesis 11)
2. En el punto 2 proclamamos el texto de Gálatas 5; nos detenemos unos minutos meditando las preguntas en silencio: luego ponemos en común nuestras reflexiones.
3. Proclamamos el texto de Juan 20,19-23. Leemos las reflexiones de la ficha y tratamos de sacar alguna conclusión práctica para nuestra vida de discípulos hoy (por ejemplo, valorar el DOMINGO, el "estar reunidos" en la M isa o aquí en el grupo... ser constructores de la PAZ - en donde, cómo.... -etc.
4. Concluimos orando con la ORACION DE SAN FRANCISCO

Encuentro 35 de niños: Jesús nos da su Espíritu y nos hace su Pueblo

Nos encontramos para descubrir cómo nos acompaña el Espíritu Santo.
Se comenzará el encuentro con cantos ya conocidos por los chicos.

Santo y Seña 34 : ¿Qué misión nos da Jesús a sus discípulos aquí en la tierra?
Anunciar en todas partes su Evengelio y construir entre todos la Paz

Jesús nos dejó una ayuda, una compañía... ¿Saben quién es? - ¡El ESPIRITU SANTO, que recibimos en el bautismo! (Tener un cartel con estas palabras).

Veamos ahora, cómo nos ayuda el Espíritu Santo, qué hace en nosotros.
Se tendrán preparados papelitos separados y doblados con las siguientes citas:

Hechos: 2, 38 (Perdona).
Hechos 8, 29 (Habla al corazón).
Hechos 9, 31 (Ayudar hace crecer).
Hechos: 10, 38 (Consagra).
Hechos 13, 52 (Alegría)
Romanos 5, 5 (Amor de Dios).
Romanos 8, 9 (Vive en nosotros).
Romanos: 8, 26 (Ayuda a rezar).
1 Corintios: 12, 27 (Nos mueve al bien común).

Se mezclan y se hace que cada chico saque una, la busque en su Nuevo Testamento y descubra la acción del Espíritu Santo que expresa el texto. Cuando todos la han encontrado, cada uno cuenta, lee y comenta.

El Espíritu Santo está en nosotros desde nuestro bautismo y nos ayuda a rezar, a creer, nos da fuerzas, alegría, nos pide que cuidemos todo lo que recibimos: LA VIDA, EL AMOR, LA INTELI GENCIA, EL PODER DAR ALEGRÍA, NOS AYUDA; NOS PERDONA Y NOS AYUDA A PERDONAR, A VIVIR COMO HERMANOS, A COMPARTIR..
A él lo saludamos y alabamos diciendo ¡Gloria al Padre, al Hijos y al Espíritu Santo!

En un momento de silencio, cada uno le va pedir al Espíritu San to que lo anime a vivir el amor, le va a pedir ayuda, o decir algo lindo. (Dar unos minutos y luego invitar a los chicos a escribir su oración en la carpeta).
Se puede cantar: “Si el Espíritu de Dios se mueve en mí”...“Dios está aquí”

Santo y Seña 35:    ¿Para qué nos envía Jesús el Espíritu Santo?
Para cambiar nuestro corazón y darnos fuerza para ser testigos suyos, allí donde estemos.

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