10 El pecado y el mal
El
tema del mal es uno de los más
difíciles y urticantes. De algún modo todos los hombres fuimos
creados para ser felices, y el mal nos molesta, nos cuestiona. Es
mucha la gente que no encuentra solución a este tema. Es mucha la
gente que dice haber "perdido la fe" porque han sufrido
alguna desgracia personal, o han visto muy de cerca el dolor o la
injusticia en algún ser querido.
No
es raro encontrar personas que se niegan a creer en la Bondad o en la
Justicia de Dios, por causa del mal existente en el mundo. También
es frecuente encontrar personas que piensan que "Dios manda las
pruebas y las fuerzas para sobrellevarías". Es importante dejar
en claro que Dios como Padre nunca nos puede enviar algo que
directamente nos puede perjudicar. Por tanto debemos descubrir que
Dios
no "manda las pruebas" en el sentido de que Él
no es el autor del mal.
En cambio la segunda parte de la afirmación,
que Dios nos da las fuerzas para sobrellevar las dificultades, es
absolutamente cierta.
Por
estas razones el catequista dejará que cada uno de los padres abra
su corazón sobre este cuestionamiento. No escandalizarse por lo que
se diga. La conversación debe ser absolutamente libre. Pero lo
importante, para encontrar respuesta a los planteos, es que la
respuesta no se busque en un simple razonamiento humano, sino que se
profundice en la Palabra de Dios.
El
mal y el pecado original
La
culpa y la muerte atraviesan de punta a punta nuestra existencia
finita. ¿De dónde procede esto? ¿Cómo imaginarnos un ser
infinito como Dios, que conserva en la existencia todo lo bueno y
bello
al tiempo que todo lo sucio y repugnante?
al tiempo que todo lo sucio y repugnante?
"De
noche mis huesos son taladrados, y no duermen los dolores que
me consumen. Mi carne está oprimida por una gran violencia que
me ciñe como el cuello de mi túnica. Dios me ha arrojado al
fango, y asemejo al polvo y la ceniza. Clamo a Ti, y no me
respondes: estoy en tu presencia, y ni siquiera me miras.
Te
portás conmigo como si fueras mi enemigo: con tu mano fuerte me
golpeaste. Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con
la tempestad. Bien se que me conduces a la muerte,
al lugar de cita de todos los vivientes.
al lugar de cita de todos los vivientes.
Pero
yo no he alzado la mano contra el pobre cuando en su angustia
recurría a mí. ¿No he llorado con el que tiene vida dura y
se ha apiadado mi alma del indigente?
Yo
esperaba la dicha, pero vino el infortunio: aguardaba la luz, y
vino la oscuridad. Mis entrañas hierven sin reposo, cada día
me trae nuevos sufrimientos.
Ando
melancólico y nadie me consuela. Me levanto y doy gritos en
medio de la gente. He venido a ser hermano de chacales y
compañero para las avestruces. Mi piel se ha ennegrecido sobre mí,
mis huesos se han consumido por la fiebre" (Job 30,17-30)
Y
el término es la muerte:
"Como
una montaña acaba por derruirse, un peñasco por cambiar de
sitio, el agua por desgastar las piedras, el aguacero por arrastrar
las tierras, así destruyes Tú la esperanza del hombre.
Si
un humano muere, ¿volverá a vivir? Lo abates, y él se va para
siempre; lo desfiguras, y después lo despides" (Job 14,18-20)
¡Ojalá
nos saliera al paso lo Absoluto!
¡Qué
absurdo: un deseo inmenso que una y otra vez se estrella contra el
muro de la muerte y de la culpa!.
"Estoy
cansado, Dios, estoy cansado, Dios, estoy agotado. Soy el más
ignorante de los hombres, no tengo inteligencia de hombre. No:
he aprendido la sabiduría, e ignoro la ciencia de los Santos.
¿Quién ha subido al cielo y bajado de allí? ¿Quien recogió
el viento con sus manos? Quién encerró las aguas
en su manto? ¿Quién ha afianzado los límites de la tierra? ¿Cuál es su nombre y cual el de su hijo, si lo sabes?” (Proverbios 30,1-4).
en su manto? ¿Quién ha afianzado los límites de la tierra? ¿Cuál es su nombre y cual el de su hijo, si lo sabes?” (Proverbios 30,1-4).
¡Con
qué facilidad ven la respuesta!, grita a los piadosos el hombre que
busca, y que no llega a ver solución.
¿Cómo
puede concluirse tan sencillamente de la creación, que existe un ser
supremo? Acaso sea inconcebible que este mundo subsista sin una
Causa Primera, infinita y perfecta. Pero ¿cómo se compagina eso con
tanto dolor y miseria?
Corre
por el mundo un mensaje de que Dios, el Infinito, se reveló en
Jesús de Nazaret: (primera carta de Juan, 1,1-5).
Jesús es la respuesta. Respuesta harto desconcertante, para que la hubiera podido soñar un hombre. El mismo Hijo de Dios desciende a nuestra miseria. Dios mismo sufre con nosotros en una muestra de extremo amor. Así ha amado Dios al mundo.
Jesús es la respuesta. Respuesta harto desconcertante, para que la hubiera podido soñar un hombre. El mismo Hijo de Dios desciende a nuestra miseria. Dios mismo sufre con nosotros en una muestra de extremo amor. Así ha amado Dios al mundo.
No
es ésta una respuesta capaz de aclaramos el último "por qué".
El
misterio de la existencia no queda así resuelto. Pero no cabe duda
de que la fe en Cristo nos señala claramente en qué dirección se
halla la verdad. Dios no se limita a permitir el mal. Esto sería
cruel.
El
mal no viene de Dios. El lo combate y El mismo se vio envuelto en el
mal. En una de las penas de muerte más crueles que conoce la
cruel humanidad, aparece como nuestro redentor.
Un madero horizontal y otro vertical, y en ellos clavado un hombre, en quien se nos muestra el mismo Dios. Esta cruz que mira a todas las direcciones, como un hombre con los brazos extendidos
es la saeta que apunta al misterio insondable de Dios. Oscuramente nos señala el corazón del misterio.
Un madero horizontal y otro vertical, y en ellos clavado un hombre, en quien se nos muestra el mismo Dios. Esta cruz que mira a todas las direcciones, como un hombre con los brazos extendidos
es la saeta que apunta al misterio insondable de Dios. Oscuramente nos señala el corazón del misterio.
En
la Cruz ha abierto Dios su corazón, ha revelado su más profundo
misterio. Dios se hace solidario con las víctimas.
A
toda pregunta sobre Dios, busquemos la respuesta en Jesús.
Su vida nos enseña que la verdadera omnipotencia de Dios lucha contra el dolor y el pecado de manera distinta, más misteriosa y comprometida de lo que pudiéramos imaginar con nuestras ideas sobre la omnipotencia. Así vence El nuestra culpa y nuestra muerte para siempre. Por qué lo hace de esta manera, no lo sabemos.
Lo que sabemos es que se trata de un misterio de luz y bondad.
El que cree en Jesús, descubre algo del modo como Dios ve las cosas.
Su vida nos enseña que la verdadera omnipotencia de Dios lucha contra el dolor y el pecado de manera distinta, más misteriosa y comprometida de lo que pudiéramos imaginar con nuestras ideas sobre la omnipotencia. Así vence El nuestra culpa y nuestra muerte para siempre. Por qué lo hace de esta manera, no lo sabemos.
Lo que sabemos es que se trata de un misterio de luz y bondad.
El que cree en Jesús, descubre algo del modo como Dios ve las cosas.
No hay pecado sin redención
En ninguna parte veremos el pecado en estado puro. La humanidad ha sido siempre aquella humanidad a la que Jesús iba a venir o a la que de hecho ha venido. Por eso, aún en la sociedad más bárbara, se trata siempre de hombres que son los semejantes del Hijo de Dios.
Un niño recién concebido, que no está bautizado, entra, no obstante, en un mundo en que se está realizando la redención. Es, por lo tanto, de antemano un hermano de Cristo, y está llamado
a su amistad.
a su amistad.
En cuanto a los adultos, por muy arruinada que sea su vida moralmente, por mucha maldad que un hombre pueda albergar dentro de sí, nadie está proscrito, nadie queda excluido del llamamiento
del Dios bueno.
del Dios bueno.
Culpabilidad universal
Esto,
sin embargo no quiere decir que el hombre no pueda sentir súbitamente
en sí mismo y en el mundo en torno, la conciencia de una
profunda y oscura culpa que lleva adherida: inevitables guerras, que
brotan como úlceras, a pesar de que casi nadie las quiere; la
soberbia del capitalismo y colonialismo, el envenenamiento de
la atmósfera social por la lucha de clases y el odio de razas.
En
el seno de una
Europa tan culta perecieron en el siglo pasado seis millones de
hombres en las cámaras
de gas, por el solo crimen de pertenecer a otra raza. Nuestra
incapacidad egoísta de amarnos mutuamente es parte de esa culpa
universal; no menos lo es nuestra negligencia en cambiar de vida y
pensamientos.
También
nosotros hacemos mal a los hombres, también nosotros contribuimos al
mal inmenso del universo. Nuestras manos no están limpias. El mundo
entero se siente reo de culpa ante Dios
(Rom 3, 19).
(Rom 3, 19).
A
veces se ha querido explicar todas estas miserias como una
imperfección inherente a nuestra evolución natural; no
se trataría
de pecado, sino de falta de madurez.
Se
ha pretendido que la causa de las malas acciones son sólo
las aberraciones
psíquicas.
Sin
embargo, por mucho de verdad que puedan contener tales explicaciones,
en momentos críticos
se ve claro que son demasiado llanas, demasiado limpias para
decir todo lo que el hombre experimenta: la gran incapacidad de amar,
incapacidad ineludible
y, no obstante, culpable.
y, no obstante, culpable.
«Yo
advertí en efecto, que no era humanamente posible ser buena (o
pura) y no dejar de serlo. Si quería, por ejemplo, dirigir mi
mirada en una dirección, sólo podía hacerlo a costa de otra;
si tiraba decididamente por una ladera arriba, había que abandonar
la otra... una y otra vez tropezamos con la impotencia humana, con
la impotencia precisamente de realizar el ideal, de realizar
una vida moral perfectamente limpia y perfectamente responsable. Entre la intuición moral y el obrar efectivo parece haber una distancia como de la tierra al cielo. No pasa día, ni hora, ni cuarto de hora en que no seamos culpables por causa de semejante insuficiencia. Nunca hacemos bastante, ni lo que hacemos lo hacemos bastante bien... excepto esta insuficiencia, que es lo único que alcanzamos, pues a la postre estamos hechos así.
una vida moral perfectamente limpia y perfectamente responsable. Entre la intuición moral y el obrar efectivo parece haber una distancia como de la tierra al cielo. No pasa día, ni hora, ni cuarto de hora en que no seamos culpables por causa de semejante insuficiencia. Nunca hacemos bastante, ni lo que hacemos lo hacemos bastante bien... excepto esta insuficiencia, que es lo único que alcanzamos, pues a la postre estamos hechos así.
Esto
es verdad de mí mismo y de cualquier otro. Cada día, cada
hora, cada cuarto de hora cometo una falta moral por lo que
atañe a mi obrar y a mis relaciones con mi prójimo.
Si pudiera decirme: Yo no soy precisamente una santa (dado caso que la santidad esté por encima de la insuficiencia humana), y puedo, por tanto, darme por contenta con lo que soy; pero esto es un sofisma, porque yo no estoy contenta. Me sorprendo constantemente en mi insuficiencia humana y, por más que todo ello dependa de mi imperfección ingénita, me doy, no obstante, cuenta
de una especie de descalabro... y ello quiere decir que mi insuficiencia humana constituye también mi culpa humana.
Si pudiera decirme: Yo no soy precisamente una santa (dado caso que la santidad esté por encima de la insuficiencia humana), y puedo, por tanto, darme por contenta con lo que soy; pero esto es un sofisma, porque yo no estoy contenta. Me sorprendo constantemente en mi insuficiencia humana y, por más que todo ello dependa de mi imperfección ingénita, me doy, no obstante, cuenta
de una especie de descalabro... y ello quiere decir que mi insuficiencia humana constituye también mi culpa humana.
Suena
a cosa extraña ser culpable, sin que uno pueda hacer nada en ello.
Mas aun cuando no exista propósito ni plan deliberado, tenemos
conciencia de la propia insuficiencia, y, por ende, de culpa de una
culpa que a veces se perfila con harta claridad en los efectos de
nuestro obrar o dejar de obrar» (Anna Blaman).
"Sí
hay un Dios, y en efecto lo hay, el género humano está envuelto,
desde su origen, en una temible calamidad.
Está en desacuerdo con los designios de su Creador.
Esto es un hecho, y un hecho tan cierto como el de su propia existencia. De ahí que la doctrina que se llama teológicamente el pecado original, resulte para mí casi tan cierta como que el mundo existe, o como la misma existencia de Dios» (John Henry Newman)
Está en desacuerdo con los designios de su Creador.
Esto es un hecho, y un hecho tan cierto como el de su propia existencia. De ahí que la doctrina que se llama teológicamente el pecado original, resulte para mí casi tan cierta como que el mundo existe, o como la misma existencia de Dios» (John Henry Newman)
Ver
punto 3 de la ficha.
El
mensaje de Gén 1-11
La Sagrada Escritura habla del pecado original de manera clarísima en los capítulos 1-3 del libro del Génesis y, sobre todo, en el capítulo 8 de la carta a los Romanos. Gén 1-11 contiene las primitivas narraciones de Adán, Cain, Noé y la torre de Babel.
La Sagrada Escritura habla del pecado original de manera clarísima en los capítulos 1-3 del libro del Génesis y, sobre todo, en el capítulo 8 de la carta a los Romanos. Gén 1-11 contiene las primitivas narraciones de Adán, Cain, Noé y la torre de Babel.
Sabemos
que no se trata aquí
de describir hechos históricos aislados. La intención es más
profunda. Mediante relatos simbólicos se describe el meollo de
toda la historia de la humanidad, incluida la del porvenir.
Adán
es el hombre; a Cain lo podemos ver en el periódico y tal vez
viva en nuestro propio corazón;
Noé y los constructores de la torre de Babel somos nosotros
mismos.
En los capítulos 1-l1 describe el Génesis los
elementos fundamentales de toda vida humana con Dios. Hasta
el capitulo 12, que trata de Abraham, no empezamos a distinguir
figuras históricas del pasado.¿Cuál
es, pues, el mensaje que contienen estos once capítulos?
1.
Dios
crea y da el crecimiento, como lo proclaman el poema de la
creación
(Gén 1) y
las grandiosas genealogias (que no deben tomarse al pie de la letra).
2.
Muéstrase
también que el hombre está destinado a la amistad con Dios,
como lo da a entender la historia del paraíso (Gén 2).
3.
El tercer elemento es el pecado humano. Por amarga experiencia
propia, hubo de conocer y reconocer Israel esta constante de la
historia humana. Por cuatro veces describe una caída la historia
primitiva: la comida del fruto prohibido, el fratricidio, la
corrupción de los contemporáneos de Noé y la construcción de la
torre de Babel. Estos relatos son símbolos de nuestros grandes
pecados.
4.
Pero Dios no deja al hombre solo. Ya en Israel se muestra como
el Dios incomprensiblemente misericordioso. Lo mismo dan a
entender las historias primitivas.
A
cada caída
sigue una manifestación de la gracia.
Al expulsarlos del paraíso, Dios da vestidos a nuestros primeros padres y les promete que la descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente. Cain recibe un signo para que nadie lo pueda matar.
En la historia de Noé, el elemento de salvación ocupa casi todo el espacio.
E inmediatamente después de la torre de Babel comienza la historia de Abraham, principio de la gran restauración que traería el Hijo de Dios.
La historia primitiva es un mensaje eterno sobre los más profundos elementos de nuestra vida con Dios: 1) la creación, 2) la elección, 3) el pecado, 4) la redención
Al expulsarlos del paraíso, Dios da vestidos a nuestros primeros padres y les promete que la descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente. Cain recibe un signo para que nadie lo pueda matar.
En la historia de Noé, el elemento de salvación ocupa casi todo el espacio.
E inmediatamente después de la torre de Babel comienza la historia de Abraham, principio de la gran restauración que traería el Hijo de Dios.
La historia primitiva es un mensaje eterno sobre los más profundos elementos de nuestra vida con Dios: 1) la creación, 2) la elección, 3) el pecado, 4) la redención
El mensaje de Rom 5
En
el Nuevo Testamento se ve aún
más claramente que el mensaje de Dios contiene estos elementos.
Pero es sobre todo Pablo, quien en el capitulo 5 de la carta a los Romanos, nos lo presenta en toda su profundidad. A primera vista, parece como si en este pasaje quisiera acentuar ante todo el hecho de que el pecado entró en el mundo por un solo hombre. Pero esta repetición constante como de un eco, de la palabra uno en que Pablo partía de la imagen contemporánea del mundo, es mera forma literaria, no el mensaje en sí mismo. Lo que este trozo, de difícil interpretación, quiere expresar,
es hasta qué punto reina en la humanidad el pecado juntamente con la muerte, y hasta qué punto ha sobreabundado la gracia, la reparación juntamente con la vida eterna al venir Jesús al mundo.
La historia del paraíso mensaje sobre el hombre, no historia de los orígenes
Pero es sobre todo Pablo, quien en el capitulo 5 de la carta a los Romanos, nos lo presenta en toda su profundidad. A primera vista, parece como si en este pasaje quisiera acentuar ante todo el hecho de que el pecado entró en el mundo por un solo hombre. Pero esta repetición constante como de un eco, de la palabra uno en que Pablo partía de la imagen contemporánea del mundo, es mera forma literaria, no el mensaje en sí mismo. Lo que este trozo, de difícil interpretación, quiere expresar,
es hasta qué punto reina en la humanidad el pecado juntamente con la muerte, y hasta qué punto ha sobreabundado la gracia, la reparación juntamente con la vida eterna al venir Jesús al mundo.
La historia del paraíso mensaje sobre el hombre, no historia de los orígenes
De todos estos fragmentos bíblicos,
es la historia del paraíso terrenal la que más hondamente se
nos ha grabado en la memoria pero hemos de pensar que, como
hemos visto, los fragmentos siguientes contienen el mismo
mensaje. Sin duda, los capítulos sobre Adán y Eva son
especialmente impresionantes.
En pocas palabras e imágenes tenemos ante los ojos toda la gloria y miseria de nuestro ser de hombres.
En pocas palabras e imágenes tenemos ante los ojos toda la gloria y miseria de nuestro ser de hombres.
Este
trozo bíblico, certero e incomprensible, no podrá ser jamás
suplantado en cuanto exposición de conjunto de lo que es el hombre
ante Dios; pero sí podrá (y deberá) ser suplantado en cuanto
descripción de los orígenes de la humanidad.
Vamos a detenemos un momento sobre este problema:
¿Qué hay que pensar sobre el origen del pecado?
En
tiempos pasados, y hasta poco ha, la imagen o idea del mundo era
estática.
Las cosas persistían tal como habían empezado a ser desde el
principio. El que quería decir algo sobre los elementos
fundamentales de la existencia examinaba sus comienzos.
La existencia de las cosas se explicaba en el sentido de que Dios las había creado, como puede decirse de un carpintero que ha hecho una mesa. La explicación de la existencia del pecado radicaba
sobre todo en el hecho de que el hombre había pecado.
La existencia de las cosas se explicaba en el sentido de que Dios las había creado, como puede decirse de un carpintero que ha hecho una mesa. La explicación de la existencia del pecado radicaba
sobre todo en el hecho de que el hombre había pecado.
Pero
nuestra imagen del mundo se ha modificado entre tanto.
Ahora tenemos una perspectiva amplia sobre el remoto pasado.
Y vemos que, comoquiera que fuera, el mundo se halla en movimiento ascendente, en crecimiento.
Ahora tenemos una perspectiva amplia sobre el remoto pasado.
Y vemos que, comoquiera que fuera, el mundo se halla en movimiento ascendente, en crecimiento.
Nuestra
visión del mundo no es ya estática, sino dinámica; ello
quiere decir que la explicación real no está en los orígenes,
sino en el curso y consumación. En lugar de decir: Dios ha
creado, vale más decir: Dios crea. Si, hablando a lo humano,
retirara su mano creadora de nosotros, nada existiría. Dios no es el
carpintero que puede volver las espaldas a la obra que ha
hecho.
El universo entero subsiste en Dios, depende de Dios. La creación crece en sus manos. Todo el curso de las cosas es obra suya, y sólo esta totalidad dará la explicación y hará ver que todo es muy bueno» (Gén 1, 31).
El universo entero subsiste en Dios, depende de Dios. La creación crece en sus manos. Todo el curso de las cosas es obra suya, y sólo esta totalidad dará la explicación y hará ver que todo es muy bueno» (Gén 1, 31).
Por
tanto, los orígenes son para nosotros menos importantes que antaño.
Aún respecto del pecado sucede así : no hay que dar significación
particular al conocimiento de un primer pecado.
No se trata principalmente de que el hombre haya pecado y esté corrompido; el hombre peca y se corrompe. Tenemos el pecado de Adán y Eva más próximo de lo que pensamos: está en nosotros mismos.
No se trata principalmente de que el hombre haya pecado y esté corrompido; el hombre peca y se corrompe. Tenemos el pecado de Adán y Eva más próximo de lo que pensamos: está en nosotros mismos.
La entrada del pecado en el mundo
Y, sin embargo, precisamente por lo que hace al pecado, no
podemos menos de planteamos la cuestión
de sus orígenes. De los orígenes esperamos una respuesta
segura a la cuestión de cómo es siquiera posible que se haya podido
deslizar semejante fallo en la obra de Dios. Por muy lento e
imperceptible que nos imaginemos el comienzo, en un momento u
otro hubo de comenzar el pecado.
La
respuesta es idéntica a la que se daba en la antigua visión del
mundo, es decir, que el pecado tiene que ver con la libertad humana.
En
la humanidad se desarrolló
el pecado al mismo tiempo que la libertad.
Pero
entonces ¿fue necesario que el pecado viniera al mundo? A esto sólo
podemos contestar que ello hubo de suceder con alguna medida de
libertad pues en otro caso no sería pecado. Y libertad significa que
también podía no haberse hecho. Pero esto no quiere absolutamente
decir que en conjunto sea posible evitar todos los pecados.
Que
se dé
este o el otro pecado, no es cosa forzosa pero que se dé en general
el mal, parece prácticamente inevitable.
No
lo sabemos. Nuestra inteligencia sigue siendo impotente para
comprender el origen de la maldad, incluso en nuestra propia vida. Si
realmente hemos pecado, sabemos en lo profundo de nuestro ser que
hemos cometido la acción pecaminosa. Nos sentimos culpables. Y, sin
embargo, nos llevamos las manos a la cabeza: ¿Cómo he podido
llegar a eso? Y es que el mal no puede comprenderse. Es la sinrazón,
el contrasentido en sí.
De ahí que también en la historia de
la humanidad sea incomprensible el comienzo del mal. Sin embargo
el mal existe, y existe contra la voluntad de Dios. Pero Dios
-así lo creemos- tiene poder para sacar bien del mal.
No
es una imperfección no culpable
Antes
de ahondar en la existencia de este mal, hemos de dejar bien
sentado que realmente se trata de pecado y de culpa. Esto es
cosa diferente del hecho de que, en un mundo en vías de evolución,
el hombre sea un ser imperfecto, con escaso entendimiento y pasiones no dominadas. El hombre primitivo en estepas, bosques y cavernas era todavía un ser que le faltaba mucho para humanizarse: tenía que deshacerse del animal que llevaba dentro. No era aún, ni mucho menos, perfecto. Sin embargo esta imperfección de suyo, no es el pecado. Cierto que el pecado obra intrincado con estas pasiones e instintos; pero el pecado es precisamente aquel elemento del instinto que no es animal; allí está realmente la culpa.
el hombre sea un ser imperfecto, con escaso entendimiento y pasiones no dominadas. El hombre primitivo en estepas, bosques y cavernas era todavía un ser que le faltaba mucho para humanizarse: tenía que deshacerse del animal que llevaba dentro. No era aún, ni mucho menos, perfecto. Sin embargo esta imperfección de suyo, no es el pecado. Cierto que el pecado obra intrincado con estas pasiones e instintos; pero el pecado es precisamente aquel elemento del instinto que no es animal; allí está realmente la culpa.
En
un mundo de evolución ascendente el pecado consistirá, con
frecuencia, en negarse
a crecer en la dirección
que muestra la conciencia.
Culpabilidad
colectiva
Tomemos
de nuevo a la Sagrada Escritura y veamos lo que dice en otros
pasajes sobre la culpa del hombre. En cierto sentido la Sagrada
Escritura es una historia del pecado.
Después
de los relatos de Génesis 1-11, sigue la historia del pueblo
escogido, que una y otra vez aparece como de dura cerviz apóstata,
«adúltero», como una «esposa infiel» (Os 1-3). Sorpréndenos
que se llame pecador al pueblo en conjunto.
que se llame pecador al pueblo en conjunto.
Otros
pasajes posteriores de la Sagrada Escritura encarecen sin duda la
responsabilidad personal; sin embargo, en el fondo existe siempre la
conciencia de que el pecado es cosa de todo el pueblo.
También
Jesús permite pensar en una solidaridad en el pecado, cuando dice,
por ejemplo, a los fariseos que cometen sus crímenes para que «así
caiga sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la
tierra» (Mt 23, 35). Y de las palabras de Juan: «Este es el cordero
de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), cabe
deducir que el mal de la humanidad es considerado
como un gran pecado único.
como un gran pecado único.
No
se habla allí de los «pecados», sino del pecado del mundo.
Tratemos ahora de comprender esta solidaridad
en el mal,
considerando los grados de contagiosidad de nuestros pecados.
En
primer lugar, tenemos las dolorosas consecuencias. Un
hombre puede herir a otro. Es un pensamiento espantoso, pero
más espantoso es el que se pueda contagiar a otro con el mal,
con el pecado mismo. Es el mal ejemplo, por el que el bien se ahoga en germen y, además el mal aparece como realizable. Y si el mal ejemplo va acompañado de fuerza seductora, nos hallamos
ante la peor forma de escándalo, que arrancó de Jesús una de sus más impresionantes sentencias:
con el pecado mismo. Es el mal ejemplo, por el que el bien se ahoga en germen y, además el mal aparece como realizable. Y si el mal ejemplo va acompañado de fuerza seductora, nos hallamos
ante la peor forma de escándalo, que arrancó de Jesús una de sus más impresionantes sentencias:
«Si
uno es ocasión de pecado para cualquiera de estos pequeños
que creen en mi, más le valdría que le colgaran al cuello una rueda
de molino de las que mueven los asnos, y lo sumergieran en el
fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos!»
(Mt 18, 6-7).
La
fuerza contagiosa del pecado se ve aún más claramente en la
destrucción del sentido de los valores. Una
familia de avarientos engendra avarientos;
la cosa es evidente:
una sociedad egoísta
propaga como peste el egoísmo; el colonialismo produce
explotadores y el racismo cámaras de gas.
Aludimos a grupos determinados: pero si lo miramos más despacio, veremos que el mundo entero es un ambiente único de educación. Ahora bien, es doctrina de la Escritura que en el mundo reina
el pecado. Hay en él un estado por el que los valores están oscurecidos en toda la humanidad, y más oscurecido que otro alguno el valor supremo del amor.
Aludimos a grupos determinados: pero si lo miramos más despacio, veremos que el mundo entero es un ambiente único de educación. Ahora bien, es doctrina de la Escritura que en el mundo reina
el pecado. Hay en él un estado por el que los valores están oscurecidos en toda la humanidad, y más oscurecido que otro alguno el valor supremo del amor.
Aversión a Cristo
Este
estado o condición
pertenece al hombre mismo. No nos viene de fuera. Lo llevamos
realmente dentro, pues pertenecer al género humano es esencial a
todos. Todo hombre lleva adherida
a su ser una profunda rebeldía contra Dios, anterior a su actos personales e ingrediente de todos ellos; una repugnancia contra el amor verdadero.
a su ser una profunda rebeldía contra Dios, anterior a su actos personales e ingrediente de todos ellos; una repugnancia contra el amor verdadero.
No
es que en todo aspiremos deliberadamente al mal. Pero, si
miramos a la cruz de Jesús,
¿quién no tendrá que confesar que su vida no está en
armonía con ese amor?
Donde
Dios muestra su amor y su coraz6n, nos percatamos de que nos
quedamos cortos, y hasta que nos resistirnos y mostramos mala gana.
Nos sublevamos. Hay en esto algo de satánico (Mc 8, 33). No sentimos
lo que Dios quiere, sino lo que quieren los hombres.
No queremos el amor de Dios ni el amor del prójimo llevado hasta su extremo. Nos cerramos a la intimidad de Dios, al paraíso de Dios, y, por nosotros mismos, somos impotentes para obrar
de otro modo. Esta impotencia no deja de tener culpa.
No queremos el amor de Dios ni el amor del prójimo llevado hasta su extremo. Nos cerramos a la intimidad de Dios, al paraíso de Dios, y, por nosotros mismos, somos impotentes para obrar
de otro modo. Esta impotencia no deja de tener culpa.
Cierto
que las posibilidades de nuestra libertad son limitadas; pero aun
nos queda libertad, y con ésta resistimos a la vida divina, a
la alegría y al amor a que hemos sido llamados. Esta
solidaridad con la culpa es algo que el hombre no puede dilucidar
totalmente.
El
mal es siempre oscuro. Ni siquiera antaño se creía haberlo
entendido enteramente. Entonces se buscó la solución en la
propagación de la naturaleza humana por generación corporal a
partir de Adán pecador. Sin embargo, esta explicación del carácter
colectivo del pecado no pertenece, en sí misma, a la revelación
divina.
La
unidad real del género
humano no la pone la Escritura en la ascendencia («griegos,
bárbaros o judíos»), sino en el llamamiento por un Padre
único.
La
solidaridad en el mal está
situada igualmente a este mismo nivel, pero en la negativa del
hombre.
No viene a nosotros sólo por generación, sino por
todos lados, por todos los caminos por los que se relacionan
los hombres. El
pecado que contagia a los otros no fue cometido por un Adán
al comienzo de la humanidad, sino por Adán, el hombre, por
cada hombre.
Es «el
pecado del mundo», en que entran también mis pecados.
Yo no soy un cordero inocente, o corrompido por los otros, también yo coopero en la corrupción.
Yo no soy un cordero inocente, o corrompido por los otros, también yo coopero en la corrupción.
En
tiempo de Agustín
(hacía el año 400) se dio el nombre de pecado
original
a esta universal condición pecadora, tal como nos la enseñan la
Escritura y nuestra propia experiencia. Los padres de la Iglesia
griega empleaban la palabra «muerte», la muerte del alma; como
se ponía mucho énfasis en que el pecado original venía por vía de
generación, se discutió mucho sobre el pecado original
en los niños. Nosotros vemos la contaminación de manera más total, en su procedencia de la humanidad entera y, con ello, cargamos el acento sobre el hombre adulto.
en los niños. Nosotros vemos la contaminación de manera más total, en su procedencia de la humanidad entera y, con ello, cargamos el acento sobre el hombre adulto.
El
pecado original es el pecado de la humanidad en conjunto (incluido yo
mismo), en cuanto afecta a todo hombre.
En
todo pecado personal
resuena como acorde fundamental el pecado original. Hemos de
tener presente que este pecado de origen no es un pecado en el
sentido ordinario de la palabra.
Podemos
decir que sólo toma forma en nuestros pecados personales. Y así,
nadie se condena por sólo el pecado original, sino por los
pecados personales en que, por
decirlo así,
es ratificado
el pecado original.
el pecado original.
En este sentido, el
bautismo es igualmente la iniciación
para un combate de toda vida contra los pecados personales. El
pecado del mundo alcanzó
su punto culminante en
la crucifixión de Cristo. Es la caída más radical: el único
que es bueno, asesinado. Dios, expulsado. Todos los hombres
tomaron parte en el crimen. Los que dieron la sentencia y manejaron el martillo comprendieron
sin duda menos lo que hacían que muchos de nosotros.
El poder extraordinario de la gracia
Este
pecado, el mayor de todos, tuvo por contrapartida, por parte de
Dios, la redención. El
«no» más brutal puso
en boca de Dios el «si»
más incomprensible.
De este modo, el bien es más
fuerte
que el mal en el mundo. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Puesto que tenemos tal redentor por hermano nuestro, podemos confiar que, en la humanidad, ya desde los primeros tiempos, el bien obra más fuertemente, más contagiosamente que el mal. También esto se puede deducir de la Sagrada Escritura, ya que si es una historia del contagio del pecado, lo es en grado mayor de la acción contagiosa de la gracia.
que el mal en el mundo. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Puesto que tenemos tal redentor por hermano nuestro, podemos confiar que, en la humanidad, ya desde los primeros tiempos, el bien obra más fuertemente, más contagiosamente que el mal. También esto se puede deducir de la Sagrada Escritura, ya que si es una historia del contagio del pecado, lo es en grado mayor de la acción contagiosa de la gracia.
A veces obramos como si el
bien que hay en nosotros fuera estrictamente propiedad personal,
pero sepamos ver que nuestra bondad también la poseemos en común
con una solidaridad que confiamos es más fuerte que la del pecado.
Es
por causa de esta mayor fuerza de la gracia sobre el mal por lo
que la revelación
cristiana puede llamarse a sí misma buena nueva. Esta alegría
por el mayor poder de la gracia se expresa claramente en una
verdad de fe que sólo lentamente fue comprendida por la
Iglesia en toda su plenitud. La Iglesia la dedujo lentamente
del tesoro de la revelación y la definió solemnemente el siglo
pasado.
María
no conoció la culpa original.
Fue concebida inmaculada. Viviendo en un mundo de pecado,
la tocó ciertamente el dolor del mundo, pero no su maldad.
Es hermana nuestra en el dolor, pero no en la culpa. Ella venció enteramente al mal por el bien: victoria que debe naturalmente a la redención de Cristo. No es de maravillar que la vida de perfecta obediencia vivida por Cristo, fuera también vivida con entera perfección por una mujer.
la tocó ciertamente el dolor del mundo, pero no su maldad.
Es hermana nuestra en el dolor, pero no en la culpa. Ella venció enteramente al mal por el bien: victoria que debe naturalmente a la redención de Cristo. No es de maravillar que la vida de perfecta obediencia vivida por Cristo, fuera también vivida con entera perfección por una mujer.
«Varón y hembra los creó» (Gén
1, 27). Al
lado del verdadero Adán fue creada la verdadera Eva. María es
parte del misterio de Cristo.
¿Cuál es, en suma, el mensaje de Dios contenido en este capítulo?
1. El género humano fue creado por Dios.
2. Fue llamado a una íntima participación de su vida.
3. Culpable en su totalidad y solidariamente, no corresponde
a los designios de Dios
4. Dios quiere liberarnos y sanamos. Su salvación es
restablecimiento, restauración.
restablecimiento, restauración.
Hemos
expuesto este mensaje de acuerdo con nuestra actual visión
del mundo, un mundo en crecimiento y evolución.
Como el autor bíblico anunció el mensaje de acuerdo con su visión del mundo, así lo hacemos hoy nosotros de acuerdo con la nuestra, lo cual es posible, pues en ambos casos se trata del mismo mensaje, de los mismos cuatro elementos, del mismo misterio divino, que nos ha sido revelado. El pecado original introdujo cambios en el mundo. Para muchos queda aún en el aire una pregunta,
un problema, al que se dio antiguamente mucha importancia en la instrucción religiosa: el problema de la «justicia original» antes del pecado.
Como el autor bíblico anunció el mensaje de acuerdo con su visión del mundo, así lo hacemos hoy nosotros de acuerdo con la nuestra, lo cual es posible, pues en ambos casos se trata del mismo mensaje, de los mismos cuatro elementos, del mismo misterio divino, que nos ha sido revelado. El pecado original introdujo cambios en el mundo. Para muchos queda aún en el aire una pregunta,
un problema, al que se dio antiguamente mucha importancia en la instrucción religiosa: el problema de la «justicia original» antes del pecado.
Dice
Tomás de Aquino que no delata sana razón el pensar que en
alguna ocasión hubieran sido mansas las fieras (cosa que oímos
en la escuela). Nada nos obliga a admitir una creación
distinta antes del pecado del hombre. Cardos y espinas pueden haber
existido siempre. Por lo que al hombre atañe, no tenemos por
qué suponer que al principio se diera un estado de paradisiaca
integridad e inmortalidad.
Ya
hemos visto lo que quiere expresar la historia del paraíso:
el designio de Dios, que se realiza en toda la historia del
universo y, señaladamente, al fin.
Sobre el principio no podemos decir propiamente nada. ¿Qué
significa entonces el lenguaje figurado de la maldición del
paraíso (Gén 3,16-19): cardos y espinas, parto con dolor,
sudor de la frente y tragedia del matrimonio?.
Significa
que estas cosas no entran en el designio más
profundo y definitivo de Dios.
Y describe además
que también esto tiene que ver con el pecado. El pecado hace
peor al mundo. Donde reina la pereza, brotan cardos y espinas en el
camino, se rompen los diques. Donde impera el odio, se
convierte
una ciudad en escombro. El que está
íntimamente dañado lo ve todo negro Los cardos
y espinas están en el hombre mismo.
y espinas están en el hombre mismo.
Pecado y muerte, perdón y vida
Nuestra
visión
de la muerte se enlaza misteriosamente con el pecado. La
Sagrada Escritura lo expresa a veces diciendo que por
el pecado entró
la muerte en el mundo.
Mas como los orígenes no son claros para nosotros, tampoco lo es el origen de la muerte biológica.
Mas como los orígenes no son claros para nosotros, tampoco lo es el origen de la muerte biológica.
Sin
embargo, si consideramos el curso de la historia de la salvación,
veremos que, además del pecado, también la muerte ha perdido su
aguijón. La
resurrección
de Jesús anuncia, en efecto, no sólo
el perdón, sino también la vida eterna.
el perdón, sino también la vida eterna.
La
consumación
de la historia humana traerá consigo, juntamente con la victoria
completa sobre el pecado, la total victoria sobre la muerte.
Todo humano que haya querido liberarse del pecado, oirá de boca de
Jesús las palabras dichas
al buen ladrón
sobre la cruz:
Hoy
estarás
conmigo en el paraíso.
¿Está
llamada solamente la humanidad de la tierra a este amor de
Dios, o lo están también otras criaturas fuera de nuestro tiempo y
espacio? ¿Acaso
también criaturas que vivan en nuestro tiempo y espacio, pero
en otros planetas?
Respecto
de las primeras, la Escritura habla a menudo de tales seres: los
ángeles.
Son mensajeros o fuerzas, enviadas por Dios,
espíritus
al servicio de Dios
(Heb 1, 14), que la Biblia presenta a menudo
en forma humana .Ellos encarnan la bondad de Dios, las poderosas fuerzas del bien que nos asisten en este mundo.
en forma humana .Ellos encarnan la bondad de Dios, las poderosas fuerzas del bien que nos asisten en este mundo.
¿Es
su existencia mera presuposición
de la imagen bíblica del mundo, o parte esencial de la
revelación divina? En todo caso, según las descripciones de
la Biblia, toda
su realidad se agota en su misión
de servicio dentro de nuestra historia de salvación en Cristo.
Todo
lo que de ellos se dice proclama el alegre mensaje de que Dios se
ocupa y preocupa de mil maneras de nosotros. Incluso los nombres de
los ángeles lo demuestran: Gabriel, «fuerza de Dios»; Rafael,
«medicina de Dios»; Miguel, «¿ Quién como Dios ?»
Del
diablo hay que decir algo semejante, aunque en sentido inverso. Es la
fuerza que se cruza en nuestro camino, el adversario. Pero no en
el mismo pie de igualdad con Dios, pues ni es perfecto,
ni tan poderoso como Dios; como dice expresamente la Biblia. Es la escalofriante maldad que vemos realizarse en la humanidad y que frecuentemente sobrepasa tanto la maldad del individuo particular que nos obliga a preguntarnos: ¿Qué poder se desencadena aquí ? ¿Es un poder meramente humano?
ni tan poderoso como Dios; como dice expresamente la Biblia. Es la escalofriante maldad que vemos realizarse en la humanidad y que frecuentemente sobrepasa tanto la maldad del individuo particular que nos obliga a preguntarnos: ¿Qué poder se desencadena aquí ? ¿Es un poder meramente humano?
Sobre
la cuestión
de si hay seres vivientes en otros planetas, no podemos
responder nada.
Pero,
sea lo que fuere de su existencia, la respuesta no supondría
un cambio esencial en el mensaje de la consumación final; el
mensaje de que Dios quiere unirse con sus amadas criaturas.
Más sobre el demonio: Una confusión general
Es
común oír decir a la gente indistintamente: el demonio me
tentó o el Diablo me tentó, así como referirse a la posesión
diabólica o a la posesión demoníaca, como si las palabras diablo y demonio fueran sinónimos y no hubiera ninguna diferencia
entre ellas. Se cree que ambas designanuna misma realidad, es
decir, un ser personal con poderes sobre los hombres, y con capacidad
de tentarlos, de causar enfermedades, y hasta de poseerlos.
Sin
embargo, en los evangelios no es así.
Estos son sumamente cuidadosos en el empleo de ambos términos y
jamás los usan de manera equivalente. Siempre distinguen, con
toda precisión, entre el mundo de los demonios y el del
Diablo.
Lo que es un demonio
Cada
vez que los evangelios se refieren a un caso de posesión
siempre es demoníaca, es decir, la persona tiene un demonio o está
endemoniada. Jamás la posesión es atribuida al Diablo. No existe
un solo episodio, en todo el Nuevo Testamento, que hable de posesión
diabólica.
¿Qué
es un demonio para los evangelios? Esta palabra, de origen
griego (=daimonion), al ser de género neutro, es decir, ni
masculino ni femenino, indica que no se trata de una persona sino
de una cosa.
Además,
no es propiamente un sustantivo sino un adjetivo substantivado; por
lo tanto indica la personificación de una entidad abstracta.
La mentalidad popular antigua había creado este vocablo para
designar poderes impersonales, potencias espirituales o fuerzas
maléficas, capaces de entrar en las personas y provocarles
enfermedades.
Los logros de la antigua medicina
Sin
embargo no todas las enfermedades eran atribuidas a los
demonios. Por los evangelios se ve que la medicina de la época de
Jesús, aunque todavía muy primitiva, distinguía claramente entre
enfermedades internas y externas .
Cuando
la causa de una dolencia era perceptible por los sentidos, y se
sabía
el porqué del padecimiento, entonces no venía referida a los
demonios o malos espíritus. No era necesario. Estaba claro que
el motivo de la enfermedad era una herida externa, o una
deformidad, o el deterioro de algún miembro del cuerpo.
Por
ejemplo, nunca en el evangelio a un leproso se lo llama endemoniado,
pues su enfermedad era evidente: tenía lesiones cutáneas,
mutilaciones y deformaciones faciales. Tampoco los ciegos son
considerados endemoniados. Cualquiera podía comprender la
dolencia de sus ojos, sea por causa del sol, la arena del desierto o
la falta de limpieza. El caso de los paralíticos, los discapacitados
físicos o los contrahechos, es idéntico. Nunca se dice de ellos
que estén poseídos por un demonio. Si no podían caminar (Mc
2,1), o mover la mano (Mt 12,9), o se los veía deformes (Lc
14,1),
la causa estaba a la vista de todos: carecían de algún miembro o éste se hallaba dañado. Lo mismo puede decirse de cuantos padecían hemorragias (Mc 5,25), o estaban atacados por la fiebre
(Mc 1,29). No están jamás endemoniados.
la causa estaba a la vista de todos: carecían de algún miembro o éste se hallaba dañado. Lo mismo puede decirse de cuantos padecían hemorragias (Mc 5,25), o estaban atacados por la fiebre
(Mc 1,29). No están jamás endemoniados.
A
todas estas enfermedades podemos llamarlas externas, pues su
causa natural era percibida por los sentidos, ubicada y
señalada.
Cuando
el demonio aparece
Pero
de repente se presentaba un hombre mudo. Podía comprobarse que
su boca y su lengua estaban en perfectas condiciones, pero
sorprendentemente no podía hablar. ¿Cómo era posible
semejante anomalía? Sólo había una explicación: tenía un
demonio (Mt 9,32). O
aparecía
alguien padeciendo sordera. El aspecto exterior de sus orejas era
normal, como el de todo el mundo. Pero no podía oír
absolutamente nada. ¿La explicación de la época?: tiene un
demonio (Mc 9,25).
Lo
mismo ocurría con quien padecía de epilepsia. Repentinamente
comenzaba a sacudirse con convulsiones, a gritar, a echar espuma por
la boca, y se quedaba rígido. Sin embargo ninguna causa externa
podía señalarse para explicar tal fenómeno. Sólo podía decirse
que tenía un demonio (Mt 17,14-20).
En
los casos de locura o demencia pasaba algo similar. Externamente el
enfermo mental era normal, tenía todo su cuerpo en orden; pero
su conducta era extraña y desconcertante. Era, pues, necesario
acudir a fuerzas desconocidas para justificarlas: los demonios.
Vemos así, cómo las limitaciones médicas de entonces
llevaban a la gente a atribuir a los demonios todas las
enfermedades cuyas causas no eran directamente perceptibles por
los sentidos. En los evangelios, pues, no se trata de posesiones como
nosotros habitualmente entendemos, en el sentido de que un ser
personal se introduce dentro de otra persona, lo "posee", y
lo obliga a tender hacia el mal en contra de su voluntad.
Casos
así
de posesión no aparecen en los libros sagrados. Siempre se trata de
enfermedades a las que la ciencia de aquel tiempo no encontraba
respuesta natural.
La
prueba de que los endemoniados eran enfermos y no verdaderos
poseídos,
como nosotros pensamos hoy, la hallamos en los mismos evangelios.
Estos aclaran el tipo de enfermedad que tenía el supuesto poseído.
Por ejemplo, se dice que le presentaron a Jesús "un
endemoniado mudo" (Mt 9,32), o sea, un mudo. O que Jesús
expulsó "un espíritu sordo y mudo", es decir, curó a un
sordomudo.
O que luego de curar al endemoniado de Gerasa, éste quedó "en su sano juicio" (Mc 5,16), con lo cual se indica que antes había estado loco. Y en el caso del joven endemoniado que es llevado
ante Jesús por su padre (Mc 9,14-29), no solamente Mateo aclara que se trata de un "lunático" (17,15), término técnico que empleaban los médicos griegos y romanos de aquel tiempo para designar a los epilépticos, sino que todos los síntomas que detalla Marcos (grita, se retuerce, echa espuma por la boca, queda endurecido, como muerto) corresponden exactamente al diagnóstico
de la epilepsia.
O que luego de curar al endemoniado de Gerasa, éste quedó "en su sano juicio" (Mc 5,16), con lo cual se indica que antes había estado loco. Y en el caso del joven endemoniado que es llevado
ante Jesús por su padre (Mc 9,14-29), no solamente Mateo aclara que se trata de un "lunático" (17,15), término técnico que empleaban los médicos griegos y romanos de aquel tiempo para designar a los epilépticos, sino que todos los síntomas que detalla Marcos (grita, se retuerce, echa espuma por la boca, queda endurecido, como muerto) corresponden exactamente al diagnóstico
de la epilepsia.
-
¿Juan y Jesús endemoniados?
Vemos,
pues, cómo
en aquella época recibían el nombre de "endemoniados"
los que actuaban extrañamente, o hablaban u obraban en forma
rara. Así, de Juan el Bautista que predicaba en el desierto,
ayunaba y se abstenía permanentemente de vino, la gente
comentaba: "tiene un demonio" (Mt 11,18).
¿Estaba endemoniado Juan en el sentido que hoy entendemos?
Claro que no. Simplemente querían decir "está loco".
¿Estaba endemoniado Juan en el sentido que hoy entendemos?
Claro que no. Simplemente querían decir "está loco".
Y
cuando Jesús en uno de sus sermones sostiene que si alguno escuchó
su palabra no morirá para siempre, le dijeron "ahora estamos
seguros de que tienes un demonio" (Jn 8,52).¿Acaso Jesús tenía
síntomas de posesión, gritaba y se retorcía? En absoluto. Les
había sonado absurda la expresión "no morirá para siempre"
y lo llamaban "demente".
Otra
vez en Jerusalén, en mitad de un tenso sermón, preguntó el Señor
a la gente: "¿Por qué quieren matarme?" y le contestaron:
"tienes un demonio, ¿quién quiere matarte?" (Jn
7,20).
Con lo cual decían: "estás loco. ¿Quién quiere matarte?"
Con lo cual decían: "estás loco. ¿Quién quiere matarte?"
Que
los judíos
del tiempo de Cristo creían que estar loco era sinónimo de estar
endemoniado, se afirma claramente en Jn 10,20, luego del discurso de
Jesús sobre el buen Pastor. Muchos al oírlo comentaban "está
endemoniado y (por tanto) loco". La misma frase, pues, coloca a
ambos términos como sinónimos, explicando a uno con el otro.
La distinción entre estos dos tipos de enfermedades, externas e
internas, unas atribuidas a causas naturales y otras a
demonios, hace que cuando Jesús sane a las primeras el evangelio
hable de "curación de", y cuando sane a las segundas,
hable de "expulsión de demonios".
Quien es el diablo
La
palabra DIABLO, en cambio, se usa para una realidad totalmente
diversa. En el Nuevo Testamento siempre aparece como sustantivo con
nombre propio, y generalmente con artículo determinado ("el"
Diablo). Es una palabra griega (= diábolos) usada en la Biblia para
traducir el vocablo hebreo SATANÁS, que quiere decir "el
adversario", "enemigo". Por tanto las palabras DIABLO
y SATANÁS significan exactamente lo mismo, una en lengua
griega y la otra en hebreo. Y aunque comúnmente usamos entre
nosotros el plural, "diablos", se trata de un error,
ya que para la Biblia sólo existe UN diablo, de la misma manera que
hay un solo Satanás, nunca “satanases”. Ahora
bien, en ninguna parte de la Biblia, y mucho menos en los
evangelios, se dice de nadie que estuviese poseído
por el diablo ni por Satanás. Nunca se le atribuyen directamente las
enfermedades ni las posesiones.
Se
lo relaciona únicamente
con el pecado.
El
reino de su influencia es moral, psicológico, no físico.
Siempre
actúa
desde afuera, nunca desde dentro cómo se suponía que lo
hacían los demonios.
Por
eso vemos al diablo (no al demonio) tentando a Jesús
en el desierto (Mt 4,1-11), incitando a Judas para que traicionara a
su maestro (Jn 13,2), sembrando la cizaña en medio de la buena
semilla (Mt 24-39), arrancando la palabra de Dios del corazón
de los hombres (Lc 8,12), acechando
a los cristianos para hacerlos caer (Ef 6,11). También es el diablo, o Satanás, quien impide el apostolado de San Pablo (1 Ts. 2,18), y el que inspira la persecución de los cristianos (Ap 2,9).
a los cristianos para hacerlos caer (Ef 6,11). También es el diablo, o Satanás, quien impide el apostolado de San Pablo (1 Ts. 2,18), y el que inspira la persecución de los cristianos (Ap 2,9).
Siempre
aparece, pues, relacionado directamente con el pecado.
Por eso se dice que el que peca procede del diablo (no del demonio) (1 Jn 3,8), y que todos los pecados provienen del diablo (Jn 8,44). Pero nunca se lo ve provocando directamente la enfermedad
ni “poseyendo" a nadie.
Por eso se dice que el que peca procede del diablo (no del demonio) (1 Jn 3,8), y que todos los pecados provienen del diablo (Jn 8,44). Pero nunca se lo ve provocando directamente la enfermedad
ni “poseyendo" a nadie.
En
conclusión,
podemos decir que en la Biblia, el diablo o Satanás
siempre aparece en singular, en masculino, y con artículo
determinado. Eso significa que se refiere a un ser personal e
individual, un
poder del mal único
en su especie.
Por
el contrario, la palabra "demonio" al ir generalmente sin
artículo
y ser de género neutro deja entrever que no se refiere a un
individuo personal. Por tanto, las dos palabras DIABLO y DEMONIO no
son sinónimas, sino que se refieren a entidades distintas, y no
deben ser consideradas como equivalentes. Lamentablemente durante
siglos a la expresión bíblica "poseídos por demonios"
se la ha sustituido por "poseídos por diablos", cosa
que jamás afirman los evangelios.
Las
Sagradas Escrituras le atribuyen al diablo sólo tentaciones, es
decir, actos hostiles desde fuera, pero no posesiones o
enfermedades, ni actitudes que acosen o dañen a una persona desde
dentro. En cambio todas las enfermedades cuya causa natural era
interna, no perceptible por los sentidos, incluidos los
desequilibrios psicológicos, se explicaban siempre como
POSESIÓN demoníaca.
Tener
en claro esto puede ayudar a evitar algunos malos entendidos, como en
el caso de María Magdalena. Según Lucas, Jesús había expulsado de
ella siete demonios (Lc 8,2) pero no siete diablos.
Por tanto ella había estado muy enferma (porque había tenido demonios), no muy pecadora (porque no había tenido al diablo), como erróneamente solemos creer. Por ignorar esto, algunos hablan de ella hasta como de una prostituta.
Por tanto ella había estado muy enferma (porque había tenido demonios), no muy pecadora (porque no había tenido al diablo), como erróneamente solemos creer. Por ignorar esto, algunos hablan de ella hasta como de una prostituta.
¿Por qué no lo aclaró?
Pero
entonces, si los poseídos
a quienes el Señor curaba eran simples enfermos, ¿Por qué
Jesús no sacó del error a la gente?
¿Por qué cuando le presentaban algún endemoniadopara expulsarle los espíritus Jesús no les advertía que no tenían ningún ser adentro, sino que padecían enfermedades cuyas causas se desconocían?
¿Porqué se prestó a la pantomima de increpar los espíritus y expulsarlos?
Es que Jesús vino a enseñar religión, no medicina. En este sentido Jesús permaneció dentro de los límites de la concepción judía de aquel tiempo. Los presuntamente poseídos eran en realidad enfermos, pero cómo la gente explicaba aquellos trastornos y su curación mediante el lenguaje de "posesión" y "exorcismo", Jesús no tenía por qué hablar con términos distintos de los que eran "familiares" en aquel tiempo.
¿Por qué cuando le presentaban algún endemoniadopara expulsarle los espíritus Jesús no les advertía que no tenían ningún ser adentro, sino que padecían enfermedades cuyas causas se desconocían?
¿Porqué se prestó a la pantomima de increpar los espíritus y expulsarlos?
Es que Jesús vino a enseñar religión, no medicina. En este sentido Jesús permaneció dentro de los límites de la concepción judía de aquel tiempo. Los presuntamente poseídos eran en realidad enfermos, pero cómo la gente explicaba aquellos trastornos y su curación mediante el lenguaje de "posesión" y "exorcismo", Jesús no tenía por qué hablar con términos distintos de los que eran "familiares" en aquel tiempo.
Por
ello cuando le traían
a algún enfermo, simplemente se preocupaba de curarlo, pues su
único objetivo era demostrar que ante El todo mal
desaparecía, sin entrar en detalles de si el paciente era un
oligofrénico, o si había somatizado alguna neurosis. Le bastaba
proclamar que el poder de Dios era más fuerte que el de
Satanás, el del dolor y el del sufrimiento.
Y
aún cuando hoy sepamos que aquellos endemoniados en realidad eran
enfermos con patologías internas, no por ello disminuye el poder de
Jesucristo. Su capacidad de hacer milagros sigue inalterada. Era
tan milagroso curar en un instante a un sordo, a un mudo, o a
un epiléptico, a quienes se creía endemoniados, como a un
leproso, ciego, paralítico, a quienes se consideraba enfermos
naturales.
¿Existen los demonios?
A
la altura de nuestros actuales conocimientos, tanto científicos
como bíblicos, no es posible seguir creyendo en la existencia de los
demonios ni en la "posesión demoníaca". Este era un
término médico de los tiempos de Jesús. Hoy, en cambio, la
medicina moderna conoce bien las causas naturales de la mudez, de la
sordera, de la epilepsia y de las distintas formas de demencia, y no
necesita recurrir a los demonios para explicarlas.
En todo caso, no existe ningún fundamento bíblico para sostener la posibilidad de las "posesiones". Es verdad que aún hoy se dan dolencias extrañas cuyas causas exactas se ignoran, como la de encender fuego con la mirada, cambiar la voz, vomitar pelos o pequeñas serpientes, y tener conocimientos extraordinarios. Pero no hace falta ya apelar al viejo recurso de los demonios de la época de Jesús. Basta saber que con el tiempo saldrá a la luz su explicación, como de hecho sucede, gracias a la parapsicología, con algunos fenómenos como la levitación, la tipología, la telekinesis o la xenoglosia.
En todo caso, no existe ningún fundamento bíblico para sostener la posibilidad de las "posesiones". Es verdad que aún hoy se dan dolencias extrañas cuyas causas exactas se ignoran, como la de encender fuego con la mirada, cambiar la voz, vomitar pelos o pequeñas serpientes, y tener conocimientos extraordinarios. Pero no hace falta ya apelar al viejo recurso de los demonios de la época de Jesús. Basta saber que con el tiempo saldrá a la luz su explicación, como de hecho sucede, gracias a la parapsicología, con algunos fenómenos como la levitación, la tipología, la telekinesis o la xenoglosia.
La actitud de la Iglesia
Hoy
la Iglesia continúa
hablando del diablo, pero ya no tanto del demonio. Sigue
preocupada por las tentaciones, pero lentamente ha ido abandonando su
creencia en las posesiones.
El
Concilio Vaticano II, en todos sus documentos, sólo
lo menciona tres veces, y siempre en pasajes bíblicos. El
documento de Puebla no lo nombra ni una sola vez. Tampoco el
libro del Bendicional.
El nuevo Código de Derecho Canónico, antes más explícito, ha reducido el tema del exorcismo a un solo canon. Y mientras los antiguos catecismos hablaban con más detalles de la vida y el accionar de los demonios, el Nuevo Catecismo sólo le dedica dos números. También la oración oficial de la iglesia ha reducido enormemente su mención.
En 1969 modificó el ritual del bautismo, donde se registraban siete exorcismos por considerarse una larga batalla contra el demonio que habitaba en el recién nacido, y elaboró uno nuevo sin estas oraciones. Tres años más tarde, el papa Pablo VI suprimió el orden de los exorcistas, con lo cual ya ningún sacerdote recibe este ministerio. Y en 1984 Juan Pablo II publicó el nuevo Ritual Romano en el que elimina definitivamente la ceremonia misma del exorcismo, de la Iglesia Católica.
El nuevo Código de Derecho Canónico, antes más explícito, ha reducido el tema del exorcismo a un solo canon. Y mientras los antiguos catecismos hablaban con más detalles de la vida y el accionar de los demonios, el Nuevo Catecismo sólo le dedica dos números. También la oración oficial de la iglesia ha reducido enormemente su mención.
En 1969 modificó el ritual del bautismo, donde se registraban siete exorcismos por considerarse una larga batalla contra el demonio que habitaba en el recién nacido, y elaboró uno nuevo sin estas oraciones. Tres años más tarde, el papa Pablo VI suprimió el orden de los exorcistas, con lo cual ya ningún sacerdote recibe este ministerio. Y en 1984 Juan Pablo II publicó el nuevo Ritual Romano en el que elimina definitivamente la ceremonia misma del exorcismo, de la Iglesia Católica.
En
el siglo III la Iglesia preguntó a los científicos de la época
porqué ciertas personas tenían comportamientos sumamente extraños,
y le contestaron: "están endemoniados". Ante esto,
creó la ceremonia del exorcismo. En el siglo XX la Iglesia
vuelve a hacer la misma pregunta a los científicos, y ahora
estos contestan: "tienen raras patologías, cuyas causas a
medias ya se conocen". Entonces, suprimió el exorcismo.
Nadie
puede introducirse por la fuerza en el interior del hombre. Sólo
existe el diablo, es decir, el mal, y su accionar se reduce, a lo
sumo, a la tentación, a la propuesta de caminos pecaminosos,
a insinuaciones desviadas. Jamás lo hará por la fuerza. Y
basta que uno se mantenga firme en su "no", para
vencerlo. Es más: aunque no siempre lo parezca, ya ha sido
definitivamente vencido gracias a la presencia de Jesús en
este mundo. El mismo lo dijo: "he visto caer a Satanás desde
el cielo, como un rayo" (Lc 10,9).
Artículo
de Ariel Alvarez Valdés publicado en DIDASCALIA número 514.
Desarrollo del encuentro 10
Nuevamente
recomiendo leer las notas al capítulo
3 del Génesis en la Biblia Latinoamericana.
1.
Retomar el tema anterior (creados a imagen de Dios). Preguntarnos:
¿En qué situaciones este proyecto de Dios no se hace posible?
Pongamos ejemplos. En los diversos ejemplos, descubrimos la
existencia de un doble mal: físico y moral. Leemos pausadamente el
texto del Eclesiástico (2).
Hay dos causas principales del mal: número 1 y 2 de la ficha
2.
Veamos qué respuesta da la Palabra de Dios: Rom. 8, 18-23.(3)
Tratemos
de orientar la reflexión
no tanto al PORQUE sucede tal cosa, sino más bien al QUE
podemos y debemos hacer frente a ella. Nos ayudamos con las
preguntas de la ficha.
3.
Las "parábolas del pecado" (Gen.3) nos presentan "en
acto" lo que todos vivimos a diario.(4)
Podemos
leerlas con los padres, y luego leer el comentario de la ficha
(5. Cómo
hablar con los chicos).
Es
muy importante que hayamos leído y comentado entre nosotros las
lecturas anteriores sobre el tema.
4.
Hacemos la oración final (6) Si hay tiempo, hacemos la lectura
complementaria (7)
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